Un día como hoy, 24 de enero de 1977, fallece en Santiago mi abuelo Luis Rojas Olivares, quien en su juventud escribió poesía publicando varios libros, bien recibidos por la crítica del norte y Santiago, escribiendo bajo el seudónimo de GUSTAVO ALVIAL.
Nació en el Norte (La Serena) el 20 de noviembre de 1895. De profesión Contador Auditor, se desempeñó como tal en el ámbito de la producción salitrera, en lugares como Humberstone.
En Santiago residió en Quinta Normal, siendo su esposa Thala Cortés Álvarez (Nacida en Antofagasta, 27 de enero de 1913) Sus hijas fueron Thala (mi amada madre), Mireya, Marta y Georgina.
Algunos de sus libros fueron:
1920: Las voces en la sombra
(Antofagasta, Imprenta Chile)
1925: Sinfonía de los jardines
(Antofagasta, Imprenta Barcelona)
1926: Olalaí y sus películas
(Antofagasta, Imprenta Barcelona)
1931: Puerto del norte (inédito)
En el Liminar de su obra Olalaí y
sus películas, dice de sí mismo en voz de un narrador ficticio, Santiago de la
Rosa: "Gran lector de todas las novedades literarias del mundo, su
biblioteca está siempre al día, allí la araña del abandono no alcanza a tejer
su tela, ni la abulia del tiempo deja su residuo de polvo gris, ni la
indiferencia su polilla.
La incesante curiosidad
intelectual de este poeta es como un ventilador y un plumero, en constante
actividad, dentro de ese pequeño reducto íntimo donde él va atesorando los
frutos del cerebro universal.
Y en él tiene su fuente de
cultura donde abreva perseverantemente. Esto explica su charla, en que fluye un
conocimiento seguro de escuelas literarias."
Comparto aquí algunas imágenes de distintas épocas de la vida de mi abuelo Luis Rojas Olivares, el poeta GUSTAVO ALVIAL que un día como hoy, 24 de enero, partió al más allá, tal vez balbuceando alguno de sus poemas como "PRESENCIA DEL OTOÑO" que en sus versos, dice:
"Ya estamos en el
tiempo del desengaño
del más maduro otoño,
cuando nos miramos en los espejos
y no queremos
reconocernos
cuando en la frente,
en los cabellos,
está el llamado de la
tierra,
cuando ya somos surco
y grano
para las hambres de
la Muerte.
Ay, tiempo de
angustia,
formado noche a
noche,
por pequeñas muertes
y pequeñas tumbas.
El tiempo no regresa,
se come el tiempo al
tiempo
y sólo van quedando
semillas de recuerdo,
que el tiempo también
mata.
Entonces, la sangre
se rebela,
miramos las lagunas
del tiempo transitado
y nos pesa y nos
duele
la fruta no mordida,
el vino no gustado,
la flor no deshojada.
Y volvemos a ser
joven,
joven de otoño,
y amamos más que
nunca
los bellos ojos y las
bellas formas.
Engaño nuestro de los
cuerpos jóvenes,
de los rostros
jóvenes,
engaño de la vida que
nos deja;
obramos como mozo y
deseamos
como un débil gusano
que se aferra
fuertemente a la vida,
sin reparar que ya
cargamos,
irremediablemente,
nuestro propio
cadáver a la espalda."
(En el texto "Maduro otoño", pequeño breviario sentimental de Gustavo Alvial)
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